iether Rudloff, junto con la valoración artística de las obras, nos ofrece un estudio absolutamente nuevo sobre los valores y la esencia del románico en Cataluña. Su visión se orienta hacia un goetheanismo cognitivo moderno, matizado por las ideas de Rudolf Steiner, quien entiende las diferentes etapas históricas de la conciencia humana como la expresión de la metamorfosis de una conciencia espiritual permanente.
Entre las diversas tipologías analizadas destacan los monasterios, con sus magníficos claustros (Sant Fruitós, Elna, la Catedral de Girona, Ripoll, l'Estany, Santes Creus), pero también la escultura, los códices y las pinturas murales, como las de Sant Climent de Taüll o Santa Maria d'Esterri d'Àneu, que actualmente se encuentran en gran parte en los museos de Barcelona y de Vic.
«Cada nación, cuando abandona el amanecer del mito para pasar a la luz del día de la Historia, participando de forma activa en el devenir del mundo tratando de dejar huellas profundas, posee una imagen matriz o arquetipo que constituye su fundamento. Este arquetipo se transforma en
su destino, que tendrá cumplir en tiempos históricos ya sean positivos o negativos; aunque ciertamente puede llegar a negar su arquetipo, jamás podrá escapar de él. Dichosa la nación si intenta descifrar este arquetipo en su propia historia, si consigue acercarse lo más posible a él. La respuesta a esta pregunta enigmática, formulada por la misma esfinge de la Historia, no es posible encontrarla en un acto de conocimiento abstracto y racional, sino a que sólo se deduce de la investigación de sus necesidades históricas profundas. Por otra parte, este arquetipo se forma progresivamente a si mismo a través de los siglos, se encarna poco a poco, pero cada vez de una forma más clara y más comprensible y con sucesivas transformaciones desde el pasado, atravesando el presente y mirando hacia el futuro.
Aunque históricamente aún no se haya realizado completamente, este arquetipo puede mostrarse ya al principio de la historia de una nación, en un instante-relámpago, en forma de mitos y leyendas. Aquí se puede reconocer por primer vez en su forma pura y, a partir de aquí, una mirada experta en la observación de los fenómenos podrá comprender tanto los cambios que este arquetipo sufre a lo largo de su evolución, en la cual se va realizando, como su continuidad espiritual a través del tiempo.
El hecho de que el arquetipo de Cataluña tenga tantas facetas puede llegar a ser desconcertante y, a primera vista, apenas se reconoce como un imagen espiritual unitaria, como un símbolo. Pero si intentamos sacar el denominador común de estas distintas caras, veremos que aquello que determina Cataluña desde los inicios de la historia es la capacidad de integración. Esta capacidad de soportar tensiones dolorosas y también contradicciones que en principio deberían excluirse unas a otras hace que Cataluña las asuma y las reunifique hasta llevarlas a un equilibrio armónico. Representa la posibilidad de vivir una y otra vez con las contradicciones de la vida. Para alcanzar esta meta no basta con poseer valor y coraje, sino también una gran fuerza moral interior, una soberanía espiritual basada en un modo de pensar individual y libre. Sólo esta orientación armónica puede ser capaz de mostrar hacia el exterior una gran tolerancia a la hora de compartir la vida en común con otros hombres, pueblos, religiones y cosmovisiones, lo que termina conduciendo a un reconocimiento respetuoso del extranjero y de la diversidad. Dicho de otro modo: el arquetipo de Cataluña consiste en su posibilidad de construir puentes. Se ha dicho, muchas veces con razón, que esto comprende el destino del conjunto de la Península Ibérica, a saber, servir de puente entre tres continentes distintos, conectando Europa, África y América y sus respectivas culturas tan diferentes entre sí. Sin embargo, tal como recita el poeta catalán Jacint Verdaguer de forma tan vehemente en su gran poema épico "Atlàntida" (1877), en los tiempos prehistóricos, Iberia estuvo unida de forma real a estos tres contienents, pero este puente se desmoronó al hundirse la Atlántida en una inmensa catástrofe natural. Y al principio de la época moderna, la reconstrucción de este puente quebrado hacia los hombres y las culturas del continente americano, se convirtió en el destino de Iberia, que había sido la frontera de la antigua Atlántida. Esta fue la misión de Cristòfor Colom, cuyo descubrimiento devolvió al globo su unidad.» Extraído del capítulo El puente como arquetipo de Cataluña, p. 19 |